Los psicoanalistas y el malestar del psicoanálisis

Silvia Fendrik

La convocatoria a los EGP fue una invitación, abierta a todos los psicoanalistas del mundo, sin distinción de razas ni credos, a desplegar el malestar... del psicoanálisis.

La afirmación subversiva de Lacan, que ninguna garantía está dada por emblemas o estatutos a priori, mostró su validez en las jornadas de la Sorbona. Una gran cantidad de asistentes al evento convocado por René Major, lo hicieron en "nombre propio", con todo lo que esto pueda significar. Desde hacerse responsables de la propia producción, donde lo importante es lo que se dice y no quién se es, hasta la protesta por no "haber sido nombrados". No podía ser de otro modo, dado el singular dispositivo que por primera vez se implementó en un encuentro de analistas: la función (del) lector. Algunos de los integrantes del comité internacional de preparación de los EGP fueron convocados a leer los textos escritos por otros y a trasmitirlos a la Asamblea, privilegiándolos por sobre el suyo propio.

Los niveles de participación fueron muchos y variados: Hubo nombres que brillaron (o se opacaron) por su ausencia, presencias que sólo brillaron efímeramente por sus nombres, -no participaron sino cuando les "tocaba" hablar-, "nombres" conocidos que hicieron escuchar su voz como "uno más" entre los numerosos concurrentes, "lectores" que no entendieron -o no quisieron entender- la responsabilidad de su función de "pasadores de textos" y abusaron de su auto-supuesto poder fatigando con sus propias ponencias. Hubo también todo tipo de quejas: Menores y mayores. Desde el error de haber encargado la organización a una empresa que fijó elevados costos, hasta el tiempo que se tomaban los "lectores" para lucir sus nombres, trasgrediendo la consigna que previamente habían aceptado.

Todos estábamos un poco perdidos,-y enojados- como suele suceder en toda confrontación con otros discursos, o con quienes piensan diferente y no hablan nuestra misma lengua, o con un nuevo y original dispositivo. No me refiero a otro idioma sino a esa lengua en común que confunde el "ser" psicoanalista con el uso de una jerga de difícil acceso para los no iniciados. O con tener un nombre.

Pero a medida que avanzaban los días las quejas se atenuaron y muchas orejas se abrieron a la temas que la convocatoria había propuesto: una discusión abierta sobre el estado actual del psicoanálisis, las dificultades de la trasmisión, los impasses institucionales, el desprestigio que en muchos países incide en la disminución de pacientes, la relación con lo social, con lo político, con la literatura, el arte, la filosofía, el derecho y las neurociencias.

La gran divergencia de las exposiciones, de los comentarios, hacía que los EGP parecieran por momentos una Babel sin torre, una Babel en versión horizontal. La mezcla produjo sus efectos: una química novedosa que confrontó -a aquellos que se dejaron confrontar- con sus propias conclusiones, con su propia responsabilidad, con sus propias perplejidades.

Entre estas variadas vicisitudes, los EGP, tal vez sin saberlo, se hicieron eco de la propuesta de Lacan: la necesidad -y la dificultad- de dar cuenta de los fundamentos del " ser" psicoanalista, más allá de la institución o de los baluartes narcisistas de cada quien. Así, algunas quejas fueron cediendo con el transcurrir de los días y abriendo paso a la fecundidad del intercambio con otros, colegas, discursos, textos. También cobró presencia no institucional "el autorizarse por sí mismo" con el que Lacan invitaba a cuestionar las jerarquías consagradas. Muchos no pudieron soportarlo, reclamando una autoridad a la que quejarse y exigir soluciones. Y muchos otros guardaron un silencio reflexivo.

Si pongo énfasis en la cuestión del nombre sin garantías institucionales, sin representación en sí mismo, es porque pienso que un psicoanalista podrá decir qué es el psicoanálisis, pero no lo que es "ser" psicoanalista, a menos que crea que hay una consustancialidad esencial en la conjugación de ambos términos, y recurra a slogans que terminan confundiendo al psicoanalista con una jerarquía -institucional o no- en cualquiera de sus variantes "imperiales".

Lacan no estuvo presente en la jerga, a pesar de que en su gran mayoría los psicoanalistas que asistieron eran lacanianos. Lacan estuvo presente en el desafío que significa sostener la paradoja de una soberanía, o mejor dicho de una dignidad del psicoanálisis, basada en renunciar al poder soberano sustentado en un amo, en un nombre, en certezas dogmáticas, en declamaciones políticas. Quién podrá negar, atenuadas las frustraciones del encuentro imposible entre lo particular y lo general, la importancia del intercambio, de haber tenido acceso a un panorama de lo que bajo la denominación de psicoanálisis, y en nombre del psicoanálisis, se dice en otras partes, en otras lenguas. No podemos anticipar los efectos de tal trabajo de aprender a leer y a trasmitir los textos de otros -ya que nadie hoy en día puede leer y estar al tanto de todo lo que se publica- No podemos anticipar los efectos que tal trabajo de lectura -y de transmisión- podrá tener sobre el hacer camino al transitar el surco abierto a partir de la enseñanza de Lacan en el bien-estar de los psicoanalistas instalados en los sitios jerárquicos de las instituciones o apegados a sus nombres. Los EGP mostraron en acto una de las figuras del malestar-en-el psicoanálisis cuando no hay jefes ni autoridades carismáticas, ni textos sagrados, únicos, cuando prolifera la multiplicidad de discursos, pero también cuando se ofrecen las condiciones para que cada uno pueda seguir autorizándose por sí mismo. ¿Horrorosa Babel o sitio abierto?

Algunos talmudistas reinterpretan a Babel no como un castigo a la soberbia de querer alcanzar los cielos, sino como la oportunidad de extraerse del narcisismo de la lengua única para penetrar en las fructíferas diferencias.

Una fantasía recorría los pasillos de la Sorbona, dado el no muy feliz nombre de "Estados Generales" ¿quién era el rey a ser decapitado? En mi intervención en la mesa de cierre me permití sugerir que el rey que debía ser decapitado era "His Majesty the Baby", que habita, convengamos, en cada uno de nosotros.

Este "paso regicida" -retomando los términos que usó Derrida al plantear la necesidad de que los EGP interroguen sus propios fundamentos, incluido su nombre- fue, es, y será, la condición necesaria (pero no suficiente) para transformar las quejas en producción, para poder hacer "con" y no "contra" el malestar en la cultura del psicoanálisis.

En ese sentido, y creo que no es poco, los EGP han inaugurado un lugar posible para aquellos que apuesten en esta dirección. Este "sitio" continúa abierto.