El Anti-depresivo falló ? (versión preliminar)

Maria Cristina Rios Magalhães

Resumen

Este trabajo presenta el relato de un caso clínico en el cual, la acción de las medicaciones antidepresivas fue bloqueada, como también, el acceso a la cura analítica por un imperativo de gozo en la inmolación sacrificial. Nada puede cambiar bajo la determinación de un Superyó todopoderoso. La propia vida es ofrecida al gozo de entregarse a la crueldad implacable de esa instancia. Un Superyó exigente como un Yo-ideal, mortifica al Yo que se debe rendir, absolutamente a sus designios. Ese dominio que se pretende totalitario, promueve, en la situación analítica, lo que desde Freud, es llamado de reacción terapéutica negativa. El paciente no puede mejorar, y en el curso del tratamiento hasta una peora puede ocurrir. En el caso de que haya una insinuación de algún cambio consistente, una peora insistente la substituye. Por amor-odio, por castigo, el sufrimiento en la inmovilidad de esa posición conduce al gozo en lo que es imponderable.

Nada puede cambiar, no importa cual la terapia utilizada. Siendo así, la reacción terapéutica negativa se impone, también, al psicofármaco. Ni medicinas, ni palabras antidepresivas pueden actuar.

Palabras-llaves: Depresión - Antidepresivo - Reacción Terapéutica Negativa - Gozo.

Habiendo asistido accidentalmente a una clase dada por mi, me telefona pidiendo un horario, diciendo que quiere iniciar un análisis. Pocas horas antes del horario acordado, me avisa que no vendrá. Durante tres años ha hecho y des-hecho citas conmigo. Se pasaron cuatro años más, durante los cuales recibí varias personas, a quienes ella les habia dado mi nombre como analista. Quince años más tarde, cuando dos de los tratamientos que élla me había derivado ya habían concluído, hace una cita y finalmente comparece a una primera entrevista.
Con un hilo de voz comienza a hablar:
- ¡Hoy estoy muy mal! Casi no conseguí salir de la cama. Vine porque lo necesito mucho. Usted es mi última esperanza. Usted tiene una gran capacidad clínica, no se deja engañar. Su capacidad profesional la pude comprobar a través de los pacientes que le mandé. Ellos alcanzaron buenos resultados. Tuvieron suerte.
De mí no puedo decir lo mismo. Estoy destinada a sufrir. Esta es mi última tentativa. Si no consigo mejorar con este tratamiento no sé que más hacer.
Ni la psicología ni la psiquiatría fueron eficazes. Ya intenté varias psicoterapias que poco o casi nada me valieron. Mi psiquiatra ya probó todos los antidepresivos disponibles. Para mi desespero y el de él, ninguno hizo el efecto esperado. Unos nada me valieron, con otros empeoré. Él llegó a experimentar varias marcas y dosajes diferentes. Una vez me dijo que con el alto dosaje que estábamos usando, cualquiera ya estaría rasgando dinero. Para mí, nada. Continuo deprimida, no salgo de la casa, no salgo de la cama, no consigo continuar con mi vida profesional. Felizmente existe Lorax. Ando siempre con varias pastillas en mi bolsa, para tomarlas en caso de necesidad. En los días más críticos me tengo que tomar muchas pastillas para controlar la angustia que puede llegar a ser terrible. Ya tuve ataques de pánico. Parecía que mi corazón iba explotar, no conseguía respirar. En otras veces el mundo comienza a girar. Voy perdiendo el dominio de las piernas y siento que me voy a desmayar. Necesito sentarme para no caer.

No tengo una vida normal. La luz del día me incomoda. Me siento hibernando en una caverna sin que la primavera pueda llegar. Cuando tenía ocho años, soñé que estaba momificada. En muchos momentos tuve miedo que la muerte me poseyera completamente. Mi vida está constantemente amenazada o siendo destruída por mi estado físico y emocional. Actualmente no consigo ni trabajar, aunque sea un poco. Todos los años que le dediqué a la Ortopedia pueden acabar enterrados. Luché mucho para conseguir tener una profesión, para tener ese trabajo que ahora estoy perdiendo. Esas conquistas me dieron muchas alegrias, pero no han ido adelante. Mi vida ha sido repleta de miedo y angustia.

Yo no quiero morir. No aguanto más la depresión y las enfermedades. No sé como mis padres tuvieron la pésima idea de llamarme Tamara. Uno de los destinos de una fruta es ser devorada por los animales, transformarse en mierda, volverse polvo.

Tamara es una fruta del desierto. Es muy resistente y llena de energía. Solamente en algunos cortos períodos me sentí teniendo vida. La mayor parte del tiempo, lucho para no morir. Ya tuve largos períodos acamada, por enfermedades diferentes.

Sé que la psiquis puede hacer que el cuerpo enferme. Me especializé en enfermedades óseas relacionadas a factores emocionales. Me dediqué a diagnosticar e investigar esos tipos de patologias. En función de esas investigaciones estudié psicoanálisis.

Sé que los sueños son de gran importancia para el análisis. Todas las veces que hice cita con usted, soñaba que cantaba y bailaba. Cada vez era un sueño diferente, pero en todos yo cantaba o bailaba para una platea que quedaba encantada conmigo, o entonces, cantaba y bailaba para que usted me viera. Ayer tuve otro sueño. Mi padres me traían para acá. Me cargaban en una sillita que hacían con sus brazos. Usted me miraba sorprendida y me decía:

- Usted puede salir de allí y caminar. Usted no tiene nada en las piernas. Yo me puse en pié y mis padres, lentamente, se iban haciendo polvo.

-Cuando asistí a la exposición que hizo en su clase, me impresionó que usted dijera que en psicoanálisis, el cuerpo también entra en el tratamiento. Aquel día usted habló de la acción de las palabras sobre el cuerpo.

En el curso de las sesiones Tamara iba contando su sufrimiento, el cual ya tenía una larga historia. Siendo la menor, nació luego después de tres niños. La madre sufrió intensas crisis depresivas después del nacimiento de los varones. Cuando Tamara llegó, por ser una niña, la madre quedó tan feliz que pasó a mejorar.

- Yo no tuve tiempo para ser una niña, decía Tamara. Yo nunca tuve una madre. Fuí la madre de mi mamá y de mis hermanos. Mi madre es un caso grave de enfermedad mental. Ella es completamente incompetente en la vida, para dirigir una casa, para cuidar de los hijos. Es incompetente hasta para cosas sencillas como hacer una llamada telefónica, o hacer compras en el supermercado. Ella vive deprimida. Mi padre cuidaba de mí en el poco tiempo que disponía para quedarse en la casa. Siempre fui su preferida, la razón de su vida, su alegría de vivir. Eso es motivo para grandes chantajes. No puedo vivir mi vida, él no puede estar lejos de mí. Hicimos un arreglo en donde él es mi padre y yo soy su madre. En verdad, creo que soy todo para él. Siempre tuve que ocupar el vacío que mi madre deja por estar tanto tiempo en la cama. Desde niña soy yo quien le hace compañía cuando él llega para cenar, quien le cuenta lo que sucedió en la casa durante el día, etc. Él me llama de ángel, hasta hoy en día. Él me ama mucho cuando le correspondo como a él le gusta. Entretanto, si me salgo de la línea, ahí comienza la tortura. Mi madre también es torturadora. Si no les hago su voluntad, se enferman y me acusan por la enfermedad y por la infelicidad que sienten. Dicen que un día voy a conseguir matarlos.

En la infancia era muy insegura, hasta para saludar a las personas. Me le quedaba mirando a mi padre, para ver si lo estaba haciendo bien. Solo podía jugar sin hacer ruído, sin amajar o ensuciar los vestidos llenos de pliegues y encajes. No podía pelear, ni para defenderme.

Nunca tuve un novio. La primera vez que un muchacho me invitó para ir al cine, mi padre vomitó y tuvo diarreas por más de un mês. Los médicos no conseguían curarlo, ni entender lo que le estaba sucediendo. Pero yo sabía, sabía que yo era la responsable por su enfermedad. La culpa era de mi pésimo comportamiento, por interesarme por los hombres. Él nunca soportó que yo enamorase. Él siempre la pasaba tan mal, que, en una de esas veces, tuvo una enfermedad que le dejó secuelas irreversibles. Tuvo una inflamación en la pierna que lo dejó cojeando, con dolores, por el resto de su vida.

Tamara fue concebida por los padres para que fuera un prolongamiento de éllos. Ella les suplementaria lo que les faltaba. Ella seria como un sueño realizado. Lo que a élla le gustaba pero que no correspondía al deseo de éllos, era abolido por el olvido, falta de apoyo o por chantajes afectivas.

Todo fue cuidado en detalle para que élla se tornase una niña ejemplar. Su padre la criticaba mucho. Le repetía incansablemente, como élla debería ser o hacer las cosas. La elogiaba poco cuando tenía éxito en el mundo, pero se deshacía en cariños y ternuras cuando élla se disponía a cuidarlo o para hacerle compañía. Para ambos padres, era un gran gozo dominarla, no importando si con cariño o con violencia.

La familia era protestante fanática. Dios y el diablo eran vistos o llamados en profusión. El diablo aparece en donde el ideal o el control fallaban. Se hace presente en sus sentimientos de odio y rebeldía, y en todo lo que no correspondiera a lo idealizado para élla o por élla. La presencia del diablo en sí misma o en lo que hace, le produce mucha culpa acompañada de críticas descalificadoras. Además de los padres, de sus enfermedade físicas, de su propia exigencia inhibidora, fobias diversas aumentan la lista enorme de los impedimientos para el placer y para el cultivo de metas que consigue soñar para sí.

Tamara se contituyó en un Yo enyesado, momificado por un ideal que inhibe, adormece, hace hibernar, expulsa, prohibe, castiga en sí mismo lo que no corresponde al ángel celestial, lo que no confirma un Yo-ideal. La misma ortopedia es percibida a través de su sombra: un Yo que debería ser otro. Un Yo siempre equivocado, insuficiente, culpado y condenado a sufrir. Con rebeldía, indignación o prostración vive en un molde cruel, apretado, en el cual élla no cabe. Sin embargo, llena de pasión, élla gasta una enorme cantidad de energía para mantener en su puesto ese ideal vigilante, cruel y mortífero, así como para momificar o hacer hibernar lo que puede colocarlo en riesgo. Una parte de sí no puede ser incluida en ese molde, o entonces de él es desparramado produciendo síntomas físicos y psíquicos, tales como gripes frecuentes, neumonías, alergias, amigdalitis, diarreas, cistos de varios tipos desparramados por el cuerpo, enfermedades de piel, angustia, fobias, agitación con ideas múltiples, depresión, insomnia, prostración, vacío, letargia, delirios hipocondríacos, miedo de morir y miedo de vivir. Vive desamparada frente a los ataques del mundo exterior, de la violencias de sus propias pulsiones y deseos, del rigor y crueldad de los castigos del Superyó. Invierte casi toda su energía para ser lo que debiera ser. Debilitada y sin defensas se enferma, no le quedan fuerzas para protegerse o para organizarse para otras realizaciones. Su gran recompensa es gozar en ese martirio macabro por un sufrimiento erotizado.

La excitación en su cuerpo y sus deseos son vividos como una violencia que puede matarla. Repetidamente, siente que su cuerpo será, subitamente, tomado por alguna malignidad fatal. Élla no puede moverse, no puede realizar nada, apenas puede ser el complemento proveedor de los padres y gozar en su propia invalidez. Entretanto, élla percibe que inmobilizándose de esa forma, realmente está colocando su vida en peligro. Teme no sobrevivir.

En Tamara, la depresión, además de ser un castigo, es una defensa contra el aumento de la presión pulsional o de la libido. Esa presión es brutal. Puede matarla o asesinar sus padres. La depresión congela la vida, la conserva en el congelador o la momifica. Las ataduras de su mortaja, soñadas a los ochos de años de edad, aparecían por debajo de una capa espesa de hielo. Cuando la excitación atraviesa la barrera de la glaciación, irrumpe dilacerando. La vida que existe en élla puede corrumpir lo que élla tiene que ser. Puede afectar lo intrincado de ese montaje y privarla del gozo en el sacrificio. Engañar el gozo desviándose de la vigilancia del Superyó debe ser evitado. Para eso, el Superyó masacra criticando, condenando lo que élla es, lo que hace, imputándole penitencias, pierdas y fracasos. Lo que élla tiene que ser le exige y castiga cruelmente. Insidiosamente, el Superyó sabota el éxito de lo que amenaza el lugar que le fue designado. En la infancia, el ballet fue abandonado por dolores e inflamaciones en las rodillas. Los dolores comenzaron un mes antes de la presentación que seria la culminación de tres años de trabajo. Pronta a realizar su sueño, el destino, de un solo golpe la castigó, impidiéndola, por medio de sus piernas, que su sueño se concretizase. Enseguida a esa primera presentación, el grupo de ballet viajaria algunas veces para disputar concursos. Los ejemplos son innumerables, tanto pueden ser de la infancia cuanto de la vida adulta. En la infancia fue el ballet. Actualmente el sabotaje se realiza en su vida profesional, casi por completo abandonada.

El gozar de la dominación de los hijos, submetiéndoles, exigiéndoles apenas la vida, es una herencia que le llegó en dosis doble. Su abuela materna y su abuelo paterno eran así. En la familia de Tamara, el savoir fairede la generación de los abuelos fue aumentada por la posibilidad de usar la enfermedad física y mental como un arma para gozar, dominar, coaccionar y castigar. Hay allí una cultura de la pulsión de muerte refinándose por, al menos, tres generaciones. Todos gozan en su propia vida, o en la posibilidad de la propia muerte, usándola como un arma para poseer a alguien que la tome para sí, que tome como propia esa vida que está siendo ofrecida y que done la suya también. El otro es siempre el responsable por lo que le sucede a cada uno. Son vidas inseparables de modo que ninguno de éllos tiene su propia vida.

Son innúmeras sesiones en las cuales Tamara, a través de su hablar, hace figurar escenas de una tumba, en donde moribundos sádicos dominan a sus víctimas verdugos, a través de la culpa y del castigo. Los síntomas engendrados por el odio-amor y culpa, tienen, al mismo tiempo la función tanto de atacar y de castigar al otro, como a sí mismo.

El antidepresivo no funciona como tampoco puede actuar cualquier cosa que la saque del gozo de ser un verdugo víctima de su amado verdugo odiado. Se aposó de esa herencia familiar y, aún contra su voluntad, actúa para conservarla. En este caso, la acción del anti-depresivo es neutralizada por el gozo de la inmolación en las exigencias del Superyó. El medicamento y hasta el análisis, en el caso de producir la cura, amenazan la posición subjetiva en la cual élla debe restringirse. Salir de la depresión y de la enfermedad amenaza el gozo del cual todos se sirven.

El antidepresivo, cuando correctamente recetado y asociado al tratamiento analítico, liberta parcialmente las funciones del Yo. Su efecto moderador de las pasiones torna disponible la libido empleada en las defensas del Yo contra los impulsos prohibidos, favoreciendo la organización de las otras funciones del Yo, propiciando la mediación necesaria entre el espacio interno y el medio ambiente. De esta forma el Yo puede amenizar su rigidez, los impulsos y las representaciones pueden moverse para entonces, tener la oportunidad de ser administrados de otras maneras. En esas circunstancias, el antidepresivo es un gran aliado del tratamiento analítico. El aplanamiento y la reducción de la vida pulsional, abordada por el trabajo del psicoanálisis, favorece a la psiquis con el beneficio de un estado de depresividadque facilita la elaboración.(1)Él actúa sobre la enfermedad, aumentando las posibilidades de que el psicoanálisis actúe sobre el paciente por medio de la escucha de sus palabras.

Para Tamara eso no es viable, mientras el Superyó, verdugo de un Yo en martirio gozoso, esté en sus plenos poderes. Cualquier mejora en su estado es seguida por una peora llena de dolor y tragedia. Un Superyó así exigente de un Yo-ideal, mortifica al Yo, el cual se debe rendir absolutamente a sus designios. Nada puede cambiar. Ese dominio, que se pretende totalitario, promueve, en la situación analítica, lo que Freud llamó de reacción terapéutica negativa. Este caso me conduce a pensar que nada puede cambiar independientemente de la terapéutica adoptada. Siendo así, la reacción terapéutica negativa se impone, también, al psicofármaco. Ni medicamento, ni palabras antidepresivas pueden actuar.

Ella necesitó de veinte años para localizar a alguien confiable, que pudiese disponerse a acompañarla y no sabemos cuanto tiempo llevará para dejar de ser cuidada por un Superyó sádico.

(1) La descripción de ese efecto no es válida para el uso del medicamento desacompañado del tratamiento psicoanalítico.

São Paulo, Noviembre de 2002

Maria Cristina Rios Magalhães
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