Generación 70 y psicoanálisis argentino

Osvaldo Saidon

Resumen -Summary

Nos proponemos plantear desde una perspectiva generacional las vicisitudes del pensamiento en torno al psicoanálisis en estos últimos 30 años. Centraremos el análisis en la generación del 70 a la que el propio autor del trabajo pertenece. Asimismo, intentaremos justificar el sentido de este tipo de abordaje para así poder replantear los desafíos que en la actualidad se le presentan al campo de la cultura psicoanalítica en el intento de crear nuevos modos de institucionalización de las relaciones entre analistas. Esto requiere un particular desafío para nuestra generación : tanto replantear los modos tradicionales en que esta relación se ha conformado como poner al día los postulados teóricos e ideológicos del trabajo analítico.




En un mundo dominado por la homogeneización y la globalización es importante buscar las categorías y las ideas que permitan percibir y pensar las diferencias. Tomamos entonces el concepto de generación ,a modo de una herramienta que nos ayude a reinstalar procesos de singularización para la gestación de nuevos sentidos en nuestro campo.

El mandato de una generación se verá cumplido si sabe incorporar a la potencia de su cuerpo los mandatos de una época.

Una generación, para considerarse tal, debe recorrer su propio camino de singularización en relación a un lugar y un tiempo determinados. En realidad, son pocas las generaciones que encarnan un lenguaje propio. Las que pasan sin pena ni gloria son muchas más que las que merecen recordarse.

Los individuos, las personalidades y las rostridades de distinto tipo no faltan en ninguna generación. Lo que si falta, en general, es lo que podríamos llamar "propuesta generacional".

No se puede decidir, desde el interior de una generación, sobre su potencia y su porvenir. El devenir que se produce en determinado momento de la historia es producto del cruzamiento de una serie de acontecimientos y circunstancias que escapan a cualquier planificación.

La perspectiva generacional aporta la inevitabilidad de tener que incluir al factor tiempo en todos los problemas que se nos plantean . Las vicisitudes de las últimas décadas en nuestro país han afectado especialmente lo que podríamos llamar la cuestión generacional. Consideramos relevante dar expresión a estos procesos de afectación en los diferentes campos de nuestro acontecer. En este trabajo nos vamos a referir específicamente, al campo psicoanalítico.

El psicoanálisis, por ser una práctica caracterizada por la presencia de vínculos entre diferentes grupos etarios y por los fenómenos transferenciales que emergen de esas relaciones, lleva fácilmente a preguntarse sobre el papel de las diferentes generaciones de psicoanalistas en la producción del pensamiento psicoanalítico y en el campo de la cultura.

El grupo de Viena, el grupo inglés, el grupo de los psicoanalistas durante el nazismo, el grupo en torno a Lacan, constituyeron hitos en la historia del psicoanálisis y muestran diferentes modos de agenciarse de un pensamiento en relación a una época y un lugar determinados.

En el psicoanálisis argentino, una historia que no sea simplemente la anecdótica (a la que en general nos acostumbran algunos relatos de tertulia que circulan en nuestro campo) debería tomar en cuenta cuáles son los grupos que se han constituído alrededor de propuestas de trabajo distintivas.

Podríamos denominarlos de la siguiente forma:

El grupo pionero fundador de la APA. Años 50

El grupo de Psicología Social y psicoanálisis ampliado en torno a Pichon-Rivière y al movimiento de psicoterapia de grupo. Años 60

El grupo Freudo-marxista en torno a José Bleger o a Marie Langer, entre otros. Años 70

El grupo del psicoanálisis estructuralista que se organiza a partir del pensamiento lacaniano y alrededor de Oscar Masotta. Años 80.

Este tipo de clasificación, adscribiendo cada grupo a una época, nos sirve como una táctica, una especie de atajo, para llegar a las preguntas que motivan estas líneas. ¿Cuál es la producción que caracteriza a los años '90 en nuestro país? ¿Cuáles son los grupos que encarnan alguna producción singular en este fin de siglo?

En estos últimos veinte años la revuelta de los valores ideológicos -que caracteriza a cualquier época- tuvo como característica principal la velocidad con que asistimos, en un brevísimo tiempo, a la expansión de los países comunistas y de las ideas socialistas, en la década del '70, y a la caída casi planetaria, en los '90, de las economías estatales y de las ideas que la sustentan. Esto ha dejado un saldo que todavía no estamos en condiciones de evaluar. Sin duda, el panorama cultural en que nos movemos en la actualidad está marcado y caotizado por estos acontecimientos.

Sabemos que no existe una relación lineal entre los cambios sociales y políticos y las expresiones culturales de un período determinado. En realidad, las relaciones que se establecen son del más diverso tipo: de complementariedad, de oposición, de resistencia, de divergencia, etc.

En el campo cultural muchas veces observamos un camino diferente, y a veces de signo contrario, al de la desaparición rápida que han sufrido los paradigmas político-éticos de los años '70. Un ejemplo lo constituye la persistencia, e incluso la consistente expansión, de ciertas expresiones en el cine y en el rock, así como la vuelta de ciertos movimientos culturales de los '60, con un aire renovado que muchos han caracterizado como postmodernismo cultural. El fenómeno de los Stones y el auge de cierta literatura originada en los años '60 son un ejemplo de que la situación macrosocial que describíamos antes se muestra llena de derivaciones, tanto en lo cultural como en lo micropolítico.

Para nuestro análisis inclinamos nuestra observación hacia lo que podríamos llamar "paradigma estético". Este comporta la búsqueda de las líneas de creatividad que se nutren de la complejidad histórica en lugar de una especie de determinismo y eterna repetición a la que nos conducen muchos de los paradigmas ético-políticos vigentes en la actualidad. Desde un paradigma estético no se trata más de las reglas coercitivas que sostienen el poder, ni de las formas predeterminadas que producen cierto saber. Se trata, en todo caso, de reglas facultativas que producen la existencia como obra de arte , reglas éticas y estéticas que constituyen modos de existencia o estilos de vida.

Es lo que Nietzche mencionaba como la operación artística de la voluntad de potencia, la invención de nuevas posibilidades de vida. Un proceso de subjetivización, un modo de existencia, no se debe confundir con un retorno al individuo ni al sujeto.

Estas ideas son las que nos habilitan a hablar en nuestro campo de un paradigma estético, que al poner el énfasis en la expresión, en la creatividad (el acto de crear) como constitutivo de los más diversos territorios existenciales, nos previenen para los conceptos preformados, en los más diversos campos .En esta perspectiva esta tanto el campo de la vida cotidiana, el político y la propia práctica psicoterapéutica. Esto implica un cuestionamiento de lo postulados generales que en algunas circunstancias acaban encerrando la singularidad y la producción inconsciente en conceptos tales como la universalización del edipo o la prepotencia de lo simbólico.

Así, un paradigma estético nos permite eludir esa idea botánica de la historia, según la cual se la considera como una latencia prefigurada que debe adquirir la forma esperada por la evolución de la sociedad. Esta concepción evolutiva de la historia deja pasar por inadvertidas las fuerzas intempestivas, las sorpresas, las invenciones, las experimentaciones en el acontecer.

¿Cuál es el papel de la generación del '70 en la actualidad?

Cuando decimos generación del '70 nos referimos a un grupo que va entre los 45 y los 55 años aproximadamente y que ha transcurrido de una manera más o menos singular las circunstancias históricas de este planeta y las vicisitudes políticas de este país en los últimos veinte años. Digamos que una generación es un grupo que nace cada cinco años pero que demora veinte en constituirse como tal. Esto produce una serie de asincronías que tienen como efecto la persistencia de anacronismos en el interior de ciertas situaciones novedosas, lo que hace casi imposible determinar con precisión la autoría de cierto grupo como el responsable de las producciones características de una determinada generación.

En primer lugar, habría que reconocer que nuestra generación, la del '70, en el campo del psicoanálisis y de la salud mental en general no ha producido todavía una voz propia. Ella fluctúa por un lado entre una adhesión acrítica a la gerontocracia psicoanalítica. Por otro lado, practica un escepticismo crítico que la lleva a adhesiones parciales y fragmentarias a ideologías terapéuticas de los más diversos orígenes, que van desde un cientificismo a rajatabla hasta ciertos orientalismo híbridos que llegan a nuestras playas después de haber sido ensayados en algunas metrópolis.

Sería injusto no ver en este tipo de actitudes la necesidad que tiene esta generación de ubicarse, de alguna manera, en un mercado teórico y profesional, que de hecho ya está saturado si lo comparamos con las características que tiene el trabajo psicoanalítico en otras grandes ciudades.

Nuestra generación no sólo tiene que remontar el peso que tiene en el campo psicoanalítico la generación que lo antecede. Debe hacerlo en este caldo tibio de la desesperanza que se ha constituido a nivel planetario y que en la Argentina viene con la particular carga de haber sido la última generación que ha protagonizado un intento de transformación revolucionaria en nuestro país y que ha sido la más salvajemente derrotada en la historia del mismo.

Pero si un mensaje generacional es posible, éste no debe ser dirigido a los miembros de la misma sino a los de las generaciones venideras, a través de las más diversas formas de transmisión que se producen en cada ámbito. La transmisión se realiza a través de las formas más diversas. A través de los relatos, los oficios, la docencia, la terapia y en nuestro campo debemos agregar particularmente la transferencia.

No hay una transmisión de experiencia en el legado generacional. Lo que existe, en el mejor de los casos, es un encuentro de las partes. Un encuentro que por circunstancias históricas, o por producción deseante, se realiza entre grupos diversos que habitan diferentes territorios existenciales y que provisoriamente crean un espacio común. En relación al campo psicoanalítico, que tiene la tendencia de hacer pasar todo proceso de transmisión por la experiencia transferencial, en la mayoría de los casos se acaba en situaciones de primerización de los más diversos intercambios.

En el caso de la generación del '70, esta ha desarrollado algunas formas propias de incluirse en la cultura psicoanalítica:

La variante lacaniana que ha abandonado las pujas ideológico-teóricas que caracterizaban a la generación del '60 y, de este modo, quebró la continuidad en relación a sus padres "antecesores" psicoanalíticos en el país. Buscó la legitimidad de su quehacer en diferentes adhesiones a grupos o personalidades del psicoanálisis francés e, incluso, realizó lo que podríamos llamar sus "análisis didácticos" de una manera sui generis, en París y con psicoanalistas de ese lugar. Así se hicieron portadores de una mercancía teórico-especulativa que nadie más poseía y que les permitía diferenciarse de la que portaban los psicoanalistas de los años '60. Dentro de esta variante hay quienes han querido mantener una autonomía relativa de sus pares franceses creando grupos lacanoamericanos donde pretenden ser ellos mismos los gestores de su origen.

Otros grupos de psicoanalistas, a los que podríamos llamar genéricamente "no oficiales", que de un modo u otro han adherido a la crítica del establishment político, y por extensión del psicoanalítico, han intentado dar algún tipo de continuidad a ciertas posiciones del freudo-marxismo de los años '60. En cierto sentido, "se quedaron colgados del pincel". Esta expresión gráfica la manera en que muchos analistas continuaban, casi por inercia intelectual e ideológica, pegados a las propuestas del psicoanálisis progresista que terminó su cometido realizando su tarea más significativa en el campo de los derechos humanos durante los años del proceso y unos pocos años después. Estos grupos, cada vez menos numerosos, han conquistado un reconocimiento de la generación anterior (del '50 o del '60) manteniendo vivos lazos de solidaridad y una sana complicidad que, en los mejores de los casos, se reflejó en la realización de algunas iniciativas institucionales en común o de alguna colaboración editorial. En estos escenarios institucionales la cuestión generacional transcurre de un modo silencioso, aparentemente no conflictivo, y con una renuncia casi permanente a dar un verdadero debate sobre las diferencias y las tendencias de poder que están en juego. En este sentido el modelo del didacta, repudiado por los diferentes sectores que protagonizaron el alejamiento de la institución psicoanalítica oficial (APA), se reinstala tanto en jóvenes y viejos al crear este indiscriminado transferencial que acaba siendo pobre en producción de conocimiento y renovación clínica.

En los últimos años llegan, con cierto retraso, a estos lugares las diversas cuestiones que los nuevos paradigmas en la producción de conocimiento les plantean a la psicoterapia y al psicoanálisis en particular. El psicoanálisis se ha sentido poco tocado por estas cuestiones ya que la mayoría de sus practicantes están encerrados en el cajón estructuralista o en las instituciones tradicionales. Pero otros grupos de terapeutas comienzan a ver que pueden mover un poco sus postulados teóricos sin por eso desbarrancarse, o empantanarse en una diversidad que los abrume. Al mismo tiempo, algunos contenidos novedosos en el campo de la psiquiatría biológica y de la clasificación de las enfermedades mentales, hicieron surgir grupos de técnicos que tienen un discurso, una narrativa y , consecuentemente, una práctica más eficientista, acorde con los requerimientos de esta época massmediática. En algunos casos esto ha llevado a grupos y psicoanalistas consagrados a autorizarse dejar el fuego sagrado y aventurarse en otras mezclas teóricas. La pregunta que se plantea aquí es si están a tiempo, los de la generación del '70, de producir la renovación que merece una teoría que, tanto al interior como al exterior de ella, segrega arcaísmos de los más diversos tipos.

Obviamente, esta descripción esquemática no hace justicia al hecho de las mezclas e intercambios existentes entre todos estos grupos. La planteamos como un modo de mostrar un cierto panorama que nos permita avanzar en el análisis desde la perspectiva generacional.

Para la generación del '70, en la que me incluyo, la situación descripta anteriormente nos plantea diferentes cuestiones. Una cuestión nada irrelevante es el hecho de haber transcurrido ya un tiempo suficiente en la práctica clínica y en la producción teórica como para saber de la fragilidad conceptual y de los resultados, muchas veces transitorios, que se consiguen a partir de las nuevas corrientes y de los nuevos paradigmas en este campo. Esta generación posee, en general, una cierta dosis de incredulidad en relación a lo nuevo, cuando es poco fundamentado, y una cierta resignación a los límites que nos impone la realidad, tanto en relación a la transformación política como a la transformación de la personalidad. Esta aceptación no debe impedirnos, al mismo tiempo, observar que lo único que acaba funcionando en la clínica es un trabajo sostenido y éticamente responsable que acoja la producción de conocimiento más consistente que se haya producido hasta el momento. Esto vale tanto en relación a la producción de conocimiento sobre el inconsciente como a las políticas sanitarias en el campo de las instituciones.

En nuestro medio, especialmente en la catedral psicológica que es la ciudad de Buenos Aires, se dieron algunas falencias en medio de tanta abundancia aparente. Faltó una actitud de singularización, un espacio teórico y "mercadológico" capaz de absorber los diferentes enfoques terapéuticos propios de los desarrollos teóricos filosóficos y estéticos de la actualidad. Faltó, asimismo, el deseo de romper con la necesidad de reconocimiento de parte de los mayores, otorgado a través de esa mezcla extraña de respeto y transferencia que se suscita en el espacio psicoanalítico. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que surjan iniciativas que recojan colectivamente las tareas realizadas en estos años en el campo de la clínica y de la producción teórica?

No podemos dejar esta descripción sin referirnos a los movimientos paralelos al psicoanálisis que lo han arrastrado a nuevos territorios y se han configurado como lugares de renovación del mismo. Nos referimos, básicamente, al análisis institucional y al movimiento grupalista. El análisis institucional sirvió para traer un poco de aire fresco y poder integrar al campo del pensamiento sobre el inconsciente a los trabajos de autores como Foucault, Derrida, Deleuze, Guattari, Basaglia, Lyotard, etc. En el campo grupalista, un gusto por la experimentación y la tolerancia a cierto eclecticismo, permitió la circulación de nuevos paradigmas y de cierta transdisciplinaridad.

El modo en que estos movimientos han influido o están influyendo en la clínica psicoanalítica tal como hoy se practica es, a nuestro modo de ver, uno de los aportes que deberían incluir las actuales generaciones. No se pueden soslayar estos modos de pensar, ya que su desarrollo se dio, y se está dando, en el interior de los nuevos paradigmas éticos, políticos y estéticos que estos grupos habitan. Entonces, estamos ahora en condiciones de plantear cuáles son las propuestas que en el campo de la teoría y la clínica psicoanalítica le quedan pendientes a nuestra generación.

Ante el derrumbe del espacio público tradicional y el creciente desinterés en el desarrollo de trabajos en el hospital público, se deben redefinir los espacios en los que se puede poner en juego el psicoanálisis como estrategia de las políticas de salud mental.

No queda otro camino a no ser el de abandonar cualquier intento de pureza y de hegemonía, poniendo al pensamiento sobre el inconsciente al lado de las diferentes estrategias que hoy participan en el campo de la salud. Esto nos obliga a revalorizar el lugar de la psiquiatría, la orientación psicológica y el trabajo social como pilares simples de cualquier programa a ser llevado, por ejemplo, en el campo de las patologías mentales severas y de las adicciones.

En segundo lugar, debemos considerar el problema de la formación, la didáctica y la cooperación entre analistas en la relación con el mercado que ha impuesto el capitalismo mundial integrado y la hegemonía neoliberal que, por ahora, predomina.

¿Cómo formar una sociedad entre colegas, que no esté basada en las categorías paternalistas, transferenciales y autoritarias existentes hasta ahora, sin caer en la construcción de quioscos oportunistas llenos de ambivalencias y con un imaginario arcaico que mira "todo tiempo pasado como mejor"?

Antes de más nada, digamos que la lectura de Freud en la actualidad ha quedado relegada a un tratamiento de tipo talmúdico que no condice con el estilo de irreverencia teórica que caracterizó a los desarrollos psicoanalíticos de las últimas décadas. La lectura de Freud necesita de un trabajo que permita la emergencia y el desarrollo de las cuestiones que giran alrededor del inconsciente en nuestros días.

Otra cuestión que lleva a nuestra generación a interrogar sus relaciones con los grupos del ochenta y del noventa es que la generación 2000 ya se insinúa. Habrá que tener en cuenta que los hijos de la generación del setenta ya tienen alrededor de veintidós años y son los que reinterrogarán a la historia del proceso y del genocidio cometido en los años '70. En este sentido se abre una posibilidad importantísima que requiere de nosotros la responsabilidad de transmitir lo pasado y escuchar lo que adviene. Este es el desafío principal de nuestra cultura de hoy.

¿Cuáles son los contenidos, de índole teórico y técnico, que permiten construir este puente? En lo teórico nos parece que hay que redescubrir los valores ideológicos desde un paradigma estético con actividades que den cuenta de procesos complejos y creativos donde esté involucrado tanto el arte, como la filosofía y el psicoanálisis. En lo técnico, habrá que desarrollar un neopragmatismo que ponga el acento en el uso multiplicador de los recursos que incluyen los avances tecnológicos en neurociencia, cibernética y procesos de reingeniería de las instituciones. Se debería intentar que nuestra generación sume su propia palabra como una textura digna de ser desplegada y presentada al análisis sin búsqueda de reconocimiento, obteniendo su valor sólo de los propios acontecimientos que pone en juego.

En relación a las patologías actuales, que hoy nos presentan un particular desafío, tendremos que dar cuenta de las transformaciones y las reiteraciones que realizamos en el trabajo clínico cotidiano. Es inevitable, en la práctica clínica de hoy, crear y recrear dispositivos que aporten una cuota suplementaria de sentido ante el nihilismo que aparece en el relato y en las perspectivas de implicación de estos pacientes.

Para finalizar, volvamos a reflexionar sobre la utilidad de la perspectiva generacional para pensar las cuestiones que aquí se nos plantean. Es claro que no le damos a la idea de generación ningún atributo esencial ni explicativo, como por ejemplo tendría la categoría de clase social para ciertos desarrollos psicológicos. Sabemos, por otra parte, que esta clasificación en generaciones carece de la precisión necesaria como para afirmar que ciertos atributos pertenezcan a todos los profesionales de una determinada edad. Nuestro ensayo se justifica sólo cuando intenta dar cuenta de las dimensiones política y profesional que, en la historia reciente de nuestro país, se han visto especialmente conmovidas a partir de grupos de sujetos que se identificaban, entre otras cosas, por el momento existencial que les tocaba vivir.

La juventud, como momento de las aspiraciones más intensas, se le dio a estos grupos en los años '70 de una manera que ha marcado las modulaciones de su subjetividad. Por otra parte, la subjetividad social que hoy se produce no depende de una u otra generación, pero el entendimiento de las incertidumbres que hoy se plantean las subjetividades en gestación tendrá que tener en cuenta esta dimensión generacional.